Una simple regla para elegir el amor

Al mirar las noticias estos días, parecería que la gente ha perdido todo sentido de lo que significa ser amable y tratar bien al prójimo.
La discordia en las familias, en las comunidades y en el panorama político en general parecería sugerir que las divisiones, el odio por ‘el otro’, el terrorismo y el temor imperan.


Pero la amabilidad y el ‘amar a nuestro prójimo’ son mucho más habituales de lo que parece. Si observamos la vida diaria, vemos que a menudo experimentamos pequeños actos de bondad.

Por ejemplo: ¿Cuántas veces un extraño nos ha abierto la puerta o nos ha dejado pasar cuando estábamos tratando de ingresar a una autopista? ¿Cuántas veces hemos nosotros hecho eso por otras personas? Es interesante notar que, en esos momentos, nunca nos detenemos a pensar a qué partido político pertenecen esas personas antes de decidir ayudarlas. En la mayoría de los casos, practicamos ‘La Regla de Oro’ sin siquiera pensar en ella.

El libro bíblico de Malaquías hace esta pregunta: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, entonces, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?».

Quizás muchos de nosotros nos hagamos la segunda pregunta. ¿Podría ser que algunos de nuestros pensamientos y sentimientos divisivos se deban a que nos identificamos rígidamente con personalidades, figuras políticas o diferencias religiosas, en lugar de intentar comprender que todos estamos infinitamente conectados? Todos somos uno con la fuente divina en la que San Pablo dice que “vivimos, nos movemos, y somos”.

Esta fuente divina, otro término para ‘Dios’, significa muchas cosas distintas para distintas personas. Algunas no creen que Dios existe. Pero consideremos quién o qué es exactamente este ‘único Dios’ al que Malaquías y San Pablo se refieren.

En mi estudio de la Biblia he llegado a comprender que Dios es simplemente Amor omnipotente y omnipresente. Jesús enseñó y demostró este Amor sanador todopoderoso en todo lo que dijo e hizo. En su Sermón del Monte, nos da la instrucción específica de amar a nuestros enemigos y de hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieran con nosotros. “La Regla de Oro” no se enseña únicamente en el cristianismo, sino también en muchas prácticas espirituales, estableciendo la norma universal para tratar a los demás.

En su artículo titulado “Amad a vuestros enemigos”, la Fundadora de la Iglesia de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribió lo siguiente: “No odiéis a nadie; pues el odio es un foco de infección que propaga su virus y acaba por matar. Si nos entregamos al odio, nos domina”.

Admiro el ejemplo que Eddy estableció para seguir el ejemplo de Jesús de vivir esta profunda enseñanza de amor. Ella fue autora, editora y líder religiosa en una época en la que a las mujeres no se les permitía ni siquiera votar. Sus ideas provocaron la ira de muchos porque desafiaban las creencias y prácticas tradicionales, en especial en los campos de la teología y la medicina. Sin embargo, muchas personas fueron sanadas y regeneradas (y aún hoy lo son) mediante esta práctica “antigua y nueva” del cristianismo.

En 1907, a la edad de 86 años, Eddy se encontró en el centro de una tormenta de prensa negativa debido a un juicio planteado en su contra por sus parientes, que alegaban que ella era incompetente para dirigir sus propios asuntos.

En determinado momento, fueron enviados algunos periodistas a la casa de Eddy en Concord, New Hampshire, para tratar de exponer la verdad respecto a ella y los muchos rumores que circulaban sobre su salud física y mental. Un periodista diría más tarde: “Si una persona tuviera derecho a odiar a alguien, seguramente los Científicos Cristianos tenían derecho a odiarnos. Estábamos allí para vilipendiar a la Sra. Eddy si podíamos. No expresábamos respeto ni decencia. Queríamos, si era posible, hacer a la Sra. Eddy objeto de desprecio y ridiculizarla —exponerla y denunciarla”.

Se dice que el mismo periodista afirmó que, a pesar de eso, “todos ellos se sintieron grandemente sorprendidos por el tratamiento amable y amoroso que [Eddy y sus estudiantes] les dispensaron”.
El juicio no prosperó, pues se consideró que Eddy estaba en plena posesión de sus facultades. Un año más tarde, ella probaría el acierto de esta decisión al fundar, a la edad de 87 años, un periódico internacional, The Christian Science Monitor. Declaró que el único propósito del periódico era “no hacer daño a nadie, sino bendecir a toda la humanidad”.

Tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros es la forma de ser normal, natural y universal.
Quizás sea una regla simple, pero créanme, sé que no siempre es fácil de poner en práctica. En mi experiencia, he aprendido que cuando alguien me habla en términos duros o me maltrata, responder de la misma forma nunca sana la situación. Tan solo agrega combustible al fuego. Pero cuando me detengo antes de reaccionar y realmente pienso cómo me gustaría ser tratado —en esa fracción de segundo— a menudo recibo una respuesta serena y sanadora.

De ninguna forma pretendo haber dominado esta regla por completo, pero me esfuerzo por ponerla en práctica. Jesús sabía y probó mediante el poder del Amor divino que la animosidad, el odio y toda clase de discordia pueden sanarse. Yo creo —y ocasionalmente he probado— que esto es cierto.

He aprendido que no tenemos que esperar para practicar este amor con los demás hasta que haya un incidente en el que nos sintamos forzados a reaccionar. Todos podemos optar por hacer pequeñas cosas cada día para evitar acciones poco amables. Podemos tratarnos unos a los otros como deseamos ser tratados.
Esto también puede requerir un esfuerzo concertado —una práctica— de nuestra parte. Pero ¿cómo sería el mundo si todos nos comprometiéramos a practicar esta simple regla de amor?

 

 

 

⇒ Originalmente publicado en Elephant Journal, @elephantjournal