Honduras, ¿es seguro para los viajeros?

 

Entre los países de Centroamérica, Honduras posee la fama de ser el más peligroso, razón por la cual muchos viajeros lo quitan de su recorrido, pero, ¿es realmente como lo muestran los medios de comunicación?

Antes de las primeras impresiones

Los primeros acercamientos con Honduras sucedieron cuando nos encontrábamos con otros viajeros que venían del norte. Intercambiábamos datos de alojamientos y destinos, les recomendábamos sitios por conocer en Nicaragua, Costa Rica, rutas en Panamá y los escondites más naturales en Colombia.

Ellos, por su parte, al hablar sobre los lugares que visitaron en el resto de Centroamérica, sólo indicaban datos sobre El Salvador y Guatemala (en ocasiones sobre Belice o más al norte, como México). Quedábamos desconcertados al no oír en ningún momento el nombre del país que estábamos próximos a cruzar. Algunos lo atravesaban en cuestión de pocas horas, otros pasaban un tiempo máximo de una noche en la ciudad casi fronteriza de Choluteca.

Hasta que una noche, en el bar de un hostal en Laguna de Apoyo –Nicaragua–, conocimos a una pareja de viajeros (la chica española y el novio italiano) que recorrieron Honduras durante diez días. Nos recomendaron ciertos lugares (únicamente del lado oeste). Sus comentarios acerca de la seguridad en el país, fueron esenciales en nuestra decisión de permanecer –o pensar en permanecer– más de una noche en suelo hondureño.

 

Primeras impresiones

Llegó el día de cruzar la frontera, lo hicimos por el lado de El Espino, temprano por la mañana, un día después de visitar el Cañón de Somoto. A la salida de Nicaragua tuvimos que pagar USD $3,00 cada uno. Para ingresar a Honduras mostramos el certificado de la fiebre amarilla. No cancelamos ningún valor, pero al contestarles a los agentes de migración que no iríamos directo a El Salvador, nos hicieron un interrogatorio sobre cuánto tiempo pensábamos quedarnos, cuánto dinero cargábamos, qué sitios visitaríamos, adónde nos dirigíamos después, etc.

No tomamos ningún bus porque una familia viajera (se dirigían directo a El Salvador) nos acercó hasta San Lorenzo, una ciudad comercial, a simple vista poco amigable para el turista por el ajetreo de los vendedores, conductores con la mano fijada en la bocina y los gritos de los ayudantes en los buses que anunciaban los próximos destinos.

 

Así fue como terminamos arriba de un Chicken Bus (aquellos buses escolares amarillos típicos de EEUU y ahora tan populares en Centroamérica) rumbo a Coyolito. Estudiantes y demás locales nos observaban con curiosidad mientras avanzábamos hasta el fondo del transporte con las mochilas encima, moviendo los pies con intuición para no resbalar ni pisar a nadie en el estrecho pasillo, donde a la mitad habían colocado una plancha enrollada de aluminio.

Pagamos 24 Lempiras cada uno (USD $1,02. Me aceptaron dólares en monedas), conseguimos los últimos asientos del final, luego de 45 minutos de escuchar las conversaciones de la señora de enfrente con la comadre de atrás, al joven que vendía una especie de tortilla, a los niños a mi lado que molestaban al chico del asiento delantero, llegamos al puerto de Coyolito, donde de forma inmediata, nos trepamos a la lancha con destino a la isla de Amapala, el primer destino que conoceríamos en Honduras.

 

El trayecto fue corto, sin brincos sobre el agua, con sobrecarga de equipaje a bordo. Fuimos acompañados de gente amable que nos cambiaron las monedas de un dólar cuando el lanchero solo aceptaba billetes locales (costaba $15 Lempiras por persona).

Al desembarcar en la playa, tomamos una mototaxi que nos llevó hasta el centro de la isla por USD $1,25 ($15 Lempiras por persona). Pensábamos ver gente caminando, puestos comerciales, pero nos encontramos con un pueblo sumergido en el silencio. Solo teníamos conocimiento de un hospedaje, había guardado la dirección en Google Maps pero no veíamos ningún letrero en el punto marcado.

Una señora nos dijo cuál era la casa, llamada comercialmente como Amapala Aparments, pagamos USD $20 por la habitación privada con aire acondicionado. El calor se sentía hasta bajo la sombra. Teníamos wifi únicamente en el parque central frente a la iglesia, a pocos pasos de nuestro hotel/casa. La señal solo abastecía para abrir whatsapp.

Caminamos por las calles de la isla sin ningún problema, el temor fue desapareciendo con los saludos de las personas que veíamos en el camino. Nos dirigimos a un parque ubicado a escasas cuadras de nuestro hospedaje para apreciar el atardecer. Desde esa orilla veíamos montañas de El Salvador.

 

Estuvimos a punto de cruzar directo al vecino país, pero una chica de Tegucigalpa (que luego se convirtió en gran amiga) nos convenció para recorrer Honduras. Nos aseguró que el peligro no es como lo exponen los noticieros. Nos recomendó lugares. Nos armó una ruta, y fue así como al día siguiente emprendimos el mismo viaje de vuelta hasta San Lorenzo para tomar un bus rumbo a Tegucigalpa.

Nos habían aconsejado tomar buses grandes que tuvieran las ventanas cerradas, esos eran más seguros y cómodos que los denominados Rapiditos, cuyas paradas improvisadas en cualquier punto donde quiera bajar el pasajero, son frecuentes.

Lo que en un principio sería una visita de una noche, se convirtió en un viaje de 20 días, atravesando pueblos, ciudades, Ruinas Mayas, islas y pasando Semana Santa en uno de los sitios más pintorescos del país, movilizándonos en transporte público con gente local.

¿Sentimos que corríamos peligro en algún momento? En absoluto. Es cierto que tomábamos más precauciones de lo habitual dada la alarmante imagen que veíamos en cualquier medio cuando buscábamos la palabra Honduras. Pero al estar allí, la realidad era diferente. Incluso en las estaciones de buses con distancias largas, revisaban a cada pasajero y su equipaje de mano antes de embarcar la unidad.

 

Habíamos escuchado historias trágicas que ocurrían al viajar en los transportes urbanos, nunca los tomamos, nos movilizamos con compañías de taxis a las cuales uno llama para ser recogido en el punto que se encuentre, pero vimos a varios salir con sus maletas de los hospedajes y dirigirse hacia la parada de bus más cercana; la mayoría eran turistas nacionales.

Pasamos por la terminal de buses de San Pedro Sula, dormimos una noche en La Ceiba, en distintas ocasiones hicimos base en la capital. Caminamos –acompañados de un empleado– por las calles de Comayagüela, considerada una de las zonas más peligrosas de la ciudad, a la que se debe acudir obligatoriamente para tomar los buses que viajan a los distintos destinos del país, ya que Tegucigalpa no cuenta con una terminal de transportes (cada empresa tiene la suya y la mayoría se ubican aquí).

Después de la capital, continuamos con el recorrido por el resto del país. Los paisajes montañosos que veíamos detrás de las ventanas, nos fascinaron. La comida, nunca nos decepcionó. Encontramos hospedajes para viajeros y otros con precios más elevados destinados a los turistas locales. En ciertos rincones fuimos los únicos extranjeros, pero las personas siempre nos hicieron sentir bienvenidos.

 

 

¿Es seguro viajar a Honduras?, ¿Vale la pena visitarlo? Sin pensarlo dos veces respondemos con un decisivo SÍ.

Viaja la Vida