05 Abr Un viaje espontáneo por las rutas lejanas de la Carretera Austral
Este viaje empezó al hacer dedo en Argentina y concluyó en Caleta Tortel. Aunque en la segunda parte la historia continúa más al sur. Escribir sobre el recorrido a la Carretera Austral se torna complicado, lo recordamos casi todo, guardamos muchas fotos que al verlas nos trasladan hasta esos lugares remotos, pero las anotaciones que conservan nombres, datos precisos, información importante y demás cosas que se plasman sobre un papel, desaparecieron de mis manos cuando perdí la pequeña libreta –diario– donde apuntaba lo que vivíamos y sentíamos cada día.
Aún así sentimos la necesidad de contar nuestra experiencia, deseamos hacerlo a toda costa. Esperamos que las imágenes ayuden a contrarrestar algunos datos que lamentablemente se nos fueron de la memoria.
Como dijimos meses atrás –febrero– en las redes sociales, nuestra incursión a la Carretera Austral se efectuó por Palena, un pueblo chileno que nunca antes lo habíamos escuchado, incluso cuando hicimos dedo desde Trevelin para dirigirnos al cruce fronterizo, y los señores que se detuvieron para llevarnos en la ruta mencionaron dicho lugar, pensamos que se trataba de un pueblo cercano que aún se encontraba en Argentina, estuvimos a punto de decirles no, gracias.
Nos habíamos parado a las afueras del pueblo con un cartel y el pulgar alzado para probar suerte, los únicos que frenaron fueron ellos (Sergio y Chani, quienes se convirtieron en nuestros padres adoptivos por largo tiempo). Cruzamos la frontera juntos y paramos en Palena. Esa noche dormimos dentro de una casa de muñecas, cómodos y frescos, aunque en la madrugada no dejaba de pensar en las arañas rincón. Ese miedo me persiguió durante todo el recorrido por Chile.
Futaleufú
Después de Palena, decidimos subir hacia Futaleufú, a simple vista se mostraba como un pueblo turístico, las cabañas, hoteles y hostales para viajeros se encontraban presentes alrededor de la plaza, otros permanecían alejados de las calles principales.
Al visitarlo en un día domingo, sentimos como si paseamos por un pueblo fantasma, donde en cada esquina hallábamos locales comerciales cerrados. Quisimos conseguir carne para preparar un asado y el tiempo destinado a la búsqueda fue de una hora.
Lo que sí encontramos con facilidad fueron los ríos y paisajes que rodean la zona. Obtuvimos una vista más amplia de las montañas al subir hasta las instalaciones del Uman Lodge. Pidiendo permiso nos dejaron ingresar a su balcón panorámico. También existe otra área fuera del establecimiento apta para todo el público, donde con solo caminar pocos pasos alcanzamos un escenario sorprendente.
Descendimos hasta Puyuhuapi con el plan de realizar una visita rápida. Bajamos del vehículo para conocer la fábrica antigua donde confeccionan alfombras con productos naturales, cien por ciento artesanales. Entrar por curiosidad no cuesta, pero las visitas guiadas tienen un valor.
La siguiente parada fue una sorpresa que nos dieron nuestros padres adoptivos, fuimos a conocer el Ventisquero Colgante. No lo habíamos anotado en el mapa, ni siquiera lo habíamos escuchado antes, pero contemplarlo de frente resultó gratificante.
Un regalo adicional: fuimos testigos de dos desprendimientos, los vimos a la distancia, estábamos solo los cuatro en ese instante, parados sobre el primer mirador ubicado cerca del estacionamiento.
Existen dos trekkings para llegar al Ventisquero, uno dura media hora y el otro cerca de dos. Optamos por el primero (estábamos de pasada, pero la consciencia no dejaba de aconsejarme en elegir el segundo) y llegamos hasta un diminuto puerto donde partían lanchas que llevaban a los turistas hasta las cercanías de la cascada. No nos embarcamos, desde donde estábamos lo podíamos apreciar a plenitud.
El Ventisquero Colgante se hallaba dentro del Parque Nacional Queulat. Existe una tarifa de ingreso para nacionales y extranjeros. Gracias a Sergio entramos como chilenos y el costo de la entrada fue mucho menos. Mi billetera y yo se lo agradecimos enormemente.
Puerto Río Tranquilo – Catedrales de Mármol
Puede que haya sido el único punto que teníamos marcado como imperdible en el sur de Chile. Fue el lugar por el cual Sergio y Chani decidieron aventurarse a viajar más lejos en lugar de regresar a casa. No había problema en prolongar sus vacaciones.
El pueblo estaba lleno de mochileros, algunos acababan de llegar y otros estaban haciendo dedo para salir. Tuvimos mucha suerte en habernos cruzado con esta pareja que decidió llevarnos como acompañantes y extender sus días de descanso por toda la Patagonia. La cantidad de viajeros colocados uno detrás de otro a las afueras de los pueblos era excesiva. Todos deseaban ser levantados.
En su mayoría las agencias ofrecían el mismo tour. El costo por navegar entre las cuevas de mármol rondaba los $8,000 pesos chilenos (USD $11,70), también se podía hacer snorkel.
Las embarcaciones salían desde el Lago General Carrera (tan grande que llegaba hasta Argentina). El tamaño era adecuado para la cantidad de gente que subían, no había probabilidad de hundimiento, aunque olvidaron mencionar que el recorrido estaría cargado de adrenalina.
El pequeño bote chocaba contra las olas que formaba el viento, haciéndolo saltar una y otra vez (si los vientos son fuertes, cierran los tours). Los chalecos salvavidas no otorgaban total seguridad porque si caíamos, el agua nos congelaría en minutos.
Pocos meses antes de nuestra llegada, en este mismo lago, murió el fundador de la marca The North Face (Douglas Tompkins) al voltearse su kayak y no tolerar la hipotermia. Razón más para temer que la embarcación se girara; por suerte nada grave sucedió.
Primero entramos a las cavernas de mármol, al pararnos sobre la lancha podíamos tocar las paredes de este obsequio que nos otorgó la naturaleza, declarado Monumento Nacional en 1994. El recorrido consistía en visitar las cavernas, la catedral y la capilla de mármol. En algunos islotes se lograba observar figuras en las rocas, la más famosa era la cara de perro.
Cocrhane y Caleta Tortel
Cochrane fue la base para descansar y realizar un viaje de tres horas hasta Caleta Tortel. Un pequeño pueblo donde los caminos se construyeron con tablas de madera. Los autos únicamente llegaban hasta la entrada principal, el resto del recorrido se lo realizaba a pie, aunque algunos chicos se movilizaban en bicicleta.
Las pasarelas se prestaban para caminar junto al lago. Las construcciones de las viviendas y restaurantes guardaban un mismo estilo arquitectónico. Por momentos aparecía, entre casa y casa, alguna escultura tallada en madera.
Con lluvia y frío anduvimos por los bordes de Caleta Tortel. Vimos a varios turistas llegar directamente en bote, eran servicios de los hoteles para facilitar el traslado y cargar las maletas con menor dificultad.
Al día siguiente partimos rumbo a la frontera con Argentina, cruzamos por un paso (Rodolfo Roballos) poco concurrido, los guanacos, zorrillos y liebres se sorprendían al vernos pasar en auto.
Quizás sentían el miedo que brotaba de nuestro cuerpo, temíamos ponchar otra llanta. Habíamos usado la de repuesto, y si se rompía una más, quedaríamos parqueados en medio de un camino de ripio perdido en la Patagonia.
Anduvimos cerca de dos horas con precaución. Al llegar a la Ruta 40 respiramos como nunca antes, nos bajamos a celebrar y nuestros padres adoptivos a encender un cigarrillo. El próximo destino ya estaba claro: El Chaltén y El Calafate.
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