22 Mar Volver a nacer en otro país
De pronto abres los ojos… no reconoces nada.
Empiezas a caminar sin rumbo… Te sientes desorientado.
Todo te parece tan extraño…
Irte de tu país es una situación que viene cargada de muchas emociones; en principio, el sentimiento de ilusión por conocer lo nuevo, invade tu cuerpo, elevando el nivel de adrenalina y proyectándote con nuevos planes, metas y sobretodo, dándote impulso.
Sin duda, motiva mucho el conocer un lugar diferente, una cultura distinta, aprender otro idioma, hacer amigos en otros países, y poder viajar para conocer todo aquello con lo que alguna vez soñaste y te cautivó. Aunque sabes lo que eso implica… Estás convencido de dejarlo todo e ir tras ese sueño y vivir la experiencia. Y lo decides… Decides emprender la aventura, decides arriesgarte, decides armar tus maletas… y te vas.
Si abandonar todo, te parece difícil. Lo que se viene después, puede resultar aún más complejo.
Charles Dickens, escritor inglés, dijo “el hombre es un animal de costumbres”. Y es así; nos habituamos, nos gusta la rutina, sentir lo estable. Nos asusta movernos sobre suelo desconocido, porque preferimos tener el control de las cosas y las situaciones. En resumidas palabras: ¡Nos gusta sentirnos cómodos!
Por eso al llegar al nuevo destino lo que se experimenta es algo que puede resultar complicado. Es como si nos acabaran de quitar el tapete sobre el que caminábamos, y de repente nos tambaleamos, perdemos el equilibrio al andar. Nos cuesta mantenernos firmes y sentimos como si no tuviéramos de dónde sostenernos.
Es así, de pronto el no conocer nada, frustra; el no saber cómo desplazarte; cansa. Cuesta. ¿Qué es lo que se hace tan difícil? Pues simple: El salir de la zona de confort. El dejar las comodidades, el sentir haberlo tenido todo, y ahora, no tener nada
El cuerpo comienza a experimentar la ausencia. Ahora le toca desacostumbrarse a muchas cosas; a la comida, a los hábitos, la rutina, la comida hecha en casa, los cuidados, las atenciones. Y por alguna razón, todo eso provoca estragos, que muchas veces se reflejan en lo físico, tu cuerpo comienza a disentir con el nuevo ambiente que lo rodea.
La mente por su lado no se queda atrás. Crea mecanismos de defensa contra esos cambios. Primero: compara; empieza a confrontar todo, los sabores, la gente, el clima, el sistema de transporte, el acento, las expresiones, ¡todo!. Luego, duda: no habrá decisión que se tome que no te haga dudar; si alquilaste el departamento correcto, si estas pagando lo justo, si te conviene o no abrir cuenta en tal banco, en fin… Sentirás inseguridad todo el tiempo. Y finalmente, extraña: una vez que comparas y dudas; extrañarás… extrañarás sentir lo ‘seguro’ el saber cómo moverte, el conocer la forma de funcionar del sistema.
Una amiga, cuyas vivencias sobre su proceso de adaptación en un nuevo país sirvieron para escribir este artículo, me dijo: “Es como si volvieras a nacer”. Hay que volver a conocer, volver a aprender un lenguaje, volver a tener amigos, volver a vivir en un lugar, volver a empezar…
Hay días en los que te sientes como una extraña, que no perteneces a ese lugar; abrir los ojos en las mañanas y verte ahí, se vuelve difícil. Ana, una muy buena amiga, una vez dijo “llevaba 5 años viviendo fuera del país, pero cuando dormía todo lo que soñaba sucedía en la ciudad donde nací”. De pronto, notas cosas que antes no las veías; la gente es distinta. Actúan y piensan distinto de donde tú vienes y no los sientes tuyos. Te sientes lejos. Entonces surge una lucha, tú que querías algo más, que te proyectabas con nuevas metas, ahora te tambaleas, no conoces el camino y sientes miedos. A veces, te desconoces. Pero te cueto algo; no eres tú, es tu cuerpo que reacciona ante el cambio, que gusta más de la comodidad y de los placeres que de enfrentar lo desconocido. El cuerpo, extraña.
Extraña la rutina, la costumbre. Le cuesta el cambio, se asusta, se agobia, se cuestiona… ¿Qué hago aquí? ¿Valdrá la pena todo esto?
A mí me pasó. Desde que recuerdo, siempre quise estudiar en el extranjero; es más, más allá de querer hacerlo, por alguna razón siempre me veía estudiando fuera de mi país, siempre sentía que lo iba a hacer. Y así fue. Vine a Europa a hacer un postgrado y aquí estoy. Por eso hoy, después de algunos meses puedo decir que nada de lo que se experimenta al principio es real. Todo es creado por nosotros mismos, por un cuerpo y una mente poco educados al cambio. Que el cambio es bueno, que la experiencia vale la pena, que te vuelves a conocer, que aprendes, que cambias, valoras, aterrizas, te vuelves consciente, recursiva, descomplicada. Vences los miedos. Te quita el ego.
En realidad, que se experimente todo aquello, es maravilloso. Es vivir. Tus pensamientos cambian, tu cuerpo cambia. Te vuelves dinámico. Te das cuenta que no hay de que tener miedo, porque lo has superado todo. ¡Así que ve, que ahora te toca a ti!
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