Llevaba casi 15 de horas de viaje, tres países, dos aviones, los trastornos de la mala noche, y el cuerpo adolorido. Finalmente, el anuncio del piloto “damas y caballeros, abrochen sus cinturones de seguridad, estamos a punto de aterrizar en la ciudad de Barcelona”, o algo así… no lo recuerdo con exactitud.
Recuerdo una noche, cuando iba al bachillerato, y estaba sentado en la mesa de la cocina con mi papá. “Quiero mostrarte algo”, me dijo, tomando su billetera y sacando de ella un cheque por un millón de dólares. Mientras yo recuperaba el aliento, me explicó que aun cuando el cheque estaba a su nombre, no podíamos gastar ese monto, al menos no todo.