05 May De Torres del Paine a Punta Arenas. Sur de Chile
Cuando me preguntan, ¿Qué hay en el sur de Chile? Respondo que las Torres del Paine no es lo único ni el final, existe una ciudad en la punta que merece ser visitada.
Desde el auto y andando por caminos asfaltados –el ripio nos había dejado con mucha tierra–, y varios minutos antes de ver los tres picos enormes que caracterizan a las Torres del Paine, fuimos testigos del banquete que se dieron ocho cóndores junto a la carretera, habían cazado un cordero pequeño.
Del rebaño que permanecía quieto a un costado (a una distancia prudente para no formar parte del menú), varios tenían manchas de sangre en su cuerpo. Nunca antes habíamos visto tantos de estos animales sobre volar en un mismo sitio, dos furgonetas con turistas también se detuvieron para fotografiar tal espectáculo.
Fue bueno para refrescar la vista y olvidar el incómodo suceso que acabábamos de dejar atrás, cuando cruzamos la frontera. En la aduana chilena olvidamos declarar una manzana que llevábamos en una bolsa plástica, la hallaron dentro del vehículo. El oficial nos llamó la atención y estuvo a punto de multarnos con cien dólares, pero por suerte lo dejó pasar; aunque la fruta paró directamente al tacho de basura.
En Chile son sumamente estrictos con el tema de alimentos a la hora de entrar por sus aduanas, algunas multas van con visita a la prisión (según nos dijeron). En el sur del país, incluyendo las fronteras menos transitadas, no deja de cumplirse la ley. Tomar nota por si se decide recorrer la Carretera Austral y más al sur.
Parque Nacional Torres del Paine
De gran extensión y catalogado como uno de los más importantes de Chile, no por nada fue escogido por la revista National Geographic como el quinto sitio más hermoso del mundo y acreditado como la octava maravilla del mundo en un concurso realizado por Virtual Tourist tres años atrás.
Recibe cientos de visitas anualmente, de las cuales, según fuentes de internet, más del 70 % equivalen a turistas extranjeros, quienes afirman que por observar los ríos, lagos, montañas, valles y glaciares vale la pena pagar el costo de ingreso ($18,000 pesos chilenos -USD $26,50-).
Y no se equivocan, desde mucho antes de entrar se puede apreciar con claridad las puntas montañosas que representan a las Torres del Paine. El parque es tan grande que se debe trasladar en vehículo para llegar a los miradores y deleitarse con tanto paisaje.
También existen los senderos W (5 días aproximadamente de duración) y el O (10 días), cuyos excursionistas van a pie por sitios recónditos de las Torres del Paine, viendo panoramas que solo los valientes dispuestos a caminar tanto son testigos. Soportando noches frías y vientos que pueden tumbar hasta al más fuerte.
Nosotros no hicimos ninguno porque no contábamos con buen equipo de camping más que una carpa aprueba de lluvia y dos bolsas de dormir (sin aislante ni cocinita), también existen hospedajes pero desconocíamos los precios (de seguro sumamente elevados). Tampoco estábamos preparados para aguantar tanto frío, si solo al bajarnos del auto para tomar fotos, sentíamos que el viento nos llevaría volando.
Los picos nevados, los lagos, el paisaje en sí generan una desconexión total, agradecimos que no haya señal de celular (aunque en los hoteles rondaba el wifi), en esta ocasión estuvimos menos tiempo detrás del visor de la cámara para vivir plenamente la experiencia de estar aquí. No fue fácil llegar y resultó muy complicado tener que marcharse.
Tomar en cuenta:
⊕ La entrada para nacionales es de $5,000 pesos chilenos y extranjeros $18,000. (Gracias a Sergio pasamos como sus hijos, pagando la tarifa local).
⊕ Hay restaurantes que son ligeramente accesibles (en tema de precios).
⊕ Está prohibido hacer fuego.
⊕ Si vas a realizar cualquiera de los dos senderos, debes reservar la estadía por cada día de camping, si no lo haces, no te permitirán acampar así haya suficiente espacio.
⊕ Aseguran que hay pumas, pero poca gente se ha topado con ellos.
¿En qué fecha ir?
⊕ Dicen que la mejor época es entre diciembre a febrero. Nosotros fuimos en marzo.
Punta Arenas
Al salir de las Torres del Paine, está la famosa Cueva del Milodón, la entrada tiene un precio pero decidimos no detenernos. Nos encaminamos directo a Puerto Natales, justo entrando a la ciudad hay un monumento al mítico animal donde puedes sacarte fotos sin ningún costo. Lo acompaña la escultura a La Mano, similar a la que se encuentra en la ciudad de Punta del Este y Antofagasta (es del mismo autor: Mario Irarrázabal).
Siguiendo por la ruta 3, y pasado tres horas, llegamos a Punta Arenas, la última ciudad grande de Chile, caracterizada por los fuertes vientos, incluso en la carretera hicieron un monumento al viento, consistía en cuatro pilares que llevaban una esfera encima, de las cuales solo tres continuaban en pie.
Existe una pingüinera, pero al llegar nos encontramos con tres candados en la puerta de ingreso. Algunas personas aseguran que debido a la minera de la zona, los pingüinos se han marchado. Aprovechamos para avanzar hasta la Estancia Río Caleta sobre un camino de ripio, bordeando el Seno Otway.
Regresamos porque el paso no se encontraba en condiciones para un auto bajo. Conducimos por hora y media hasta el Fuerte Bulnes, donde por cinco minutos de retraso, nos negaron el paso. El encargado (un chico estadounidense) decía que hasta las seis de la tarde atendía la boletería. “A veces viene gente del crucero que arriba por un día, pero los traen tarde acá y ya no pueden pasar”, afirmaba sin sentir pena.
Punta Arenas es una ciudad grande, a pesar de estar muy alejada del resto de Chile, posee todo lo necesario. Durante nuestra estadía nos llevaron a conocer el Mirador Cerro de la Cruz, atravesamos la Plaza de Armas (llamada Plaza Muñoz Gamero) donde se encuentra el famoso monumento a Fernando de Magallanes, más conocido como “La pata del indio”, la creencia popular se basa en que si uno besa el pie reluciente –de tanta saliva– del indio patagónico de Tierra del Fuego, volverá a visitar la ciudad.
Mientras caminábamos, luchamos contra vientos de 56 km/h, aunque muchas veces son más fuertes, en esos casos colocan cuerdas alrededor de la plaza para que la gente tenga una ayuda extra al caminar. En este sector se forma como un túnel de viento por la posición en que se construyeron los edificios.
Visitamos el Museo Palacio de la Familia Braun Menéndez, Doña Josefina y Mauricio vivieron aquí en los años 1904 hasta 1918, eran una familia adinerada, y dentro de las instalaciones se conservan aún reliquias de la época.
Antes de que se construyera el Canal de Panamá, ellos poseían mucho poder y dinero, la mayoría de los barcos que cruzaban por el sur del continente, les traían grandes obsequios como obras de arte y adornos de Europa.
Recorrimos el Cementerio Municipal, no hallamos ninguna tumba de algún personaje destacado pero lo encontramos llamativo, lo sentimos similar al de Recoleta (Buenos Aires) y el Cementerio General de Guayaquil. Parte del circuito que nos llevaron nuestros anfitriones incluía la zona franca, donde encontramos literalmente de todo a bajo costo.
Aunque los que realmente lo notan económico son los argentinos del sur. El parqueadero estaba lleno de autos con patentes del vecino país que salían cargados de compras. Los chilenos no lo sienten tan barato, esos mismos precios se los encuentran más al norte de Chile. Todo esto tiene una razón.
Los mismos ciudadanos afirman que casi todos las tiendas de la zona franca son propiedades de los hindúes, ellos manejan el negocio y saben quiénes son sus potenciales clientes que están dispuestos a pagar cierta cantidad de dinero.
En la noche nos alistamos para conocer la vida nocturna de Punta Arenas en una de las discotecas con más trayectoria (56 años) del lugar: Los Brujos. Donde fuimos testigos de un concurso en el que se debía mostrar cómo se baila La Cueca (tradicional de Chile, desde pequeños se los enseñan en la escuela), aunque en realidad, como mencionó Sergio: “La Cueca no se la baila, se la siente”.
A Punta Arenas nunca la habíamos escuchado nombrar, incluso cuando la vimos en el mapa jamás pensamos que la visitaríamos, pero nos trataron mejor de lo esperado. Aparte de la Once (la famosa merienda que se toma en Chile; consiste en té, tostadas, jamón, queso, aguacate y hasta dulce de leche), nos invitaron Cordero asado patagónico, cazuela, salmón, vino y el infaltable pisco y calafate sour.
Tan bien nos recibieron en Punta Arenas, que a modo de despedida la cuidad decidió mostrarnos su lado más característico en el último día; sus fuertes vientos de 120 km/h. Salimos a la ruta para hacer dedo con destino a Ushuaia (12 horas y el cruce por el estrecho de Magallanes nos separaban), pero en varias ocasiones estuvimos a punto de ser lanzados a la calle, ni el peso de las mochilas podía aguantarnos.
Vimos cómo un techo de zinc golpeaba fuertemente la cerca de un terreno, teníamos miedo que sobrepasara la reja y llegara hasta nosotros; han habido casos de muertes a causa de cortes por los techos arrancados debido al viento.
Un solo auto nos frenó, pero se dirigía hacia Puerto Natales, sabíamos que si nos quedábamos en el cruce, literalmente en medio de la nada, iba a ser peor. Ni pensar armar la carpa, quizás de eso modo podríamos llegar a Ushuaia pero volando.
Cerraron el puerto (por lo que ninguna embarcación cruzaría el estrecho), los dedos se nos congelaban y debimos agarrarnos entre los dos para no caer. Decidimos ir hasta una estación transportes.
El señor del colectivo (taxi compartido) nos recomendó una que él conocía, mientras esperábamos dentro, el techo rugía, las puertas de vidrio parecían que estallarían, desde la silla veíamos cómo los buses estacionados afuera se tambaleaban y la gente caminaba con cuidado para no resbalar.
Ese día no viajamos, conseguimos boletos para la mañana siguiente. El pronóstico del tiempo aseguraba que no habrían vientos fuertes, por lo que nos esperaba un tranquilo recorrido hasta el fin del mundo.
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